Las corrientes subterráneas de la escritura

A Kirsty Bell (Corrientes subterráneas. Una historia de Berlín, ed. Errata Naturae) le aparecieron unas humedades en casa y en su matrimonio: esa clase de asuntos que haces que te plantees qué está pasando con el universo. Para resolver la pregunta comenzó a mirar más por la ventana de la cocina. Todo encuadre es una sinécdoque. Toda humedad es una obsesión, la de Kirsty fue Berlín, su ciudad de adopción, la de sus hijos.

También Kirsty escribe en casa: “un proceso lento, mal remunerado, con pocas evidencias más allá de una cadena de palabras que ocupan espacio en una página impresa”, dice. Es fructífera la relación entre hogares y escrituras. Kirsty dice que la cotidianidad es tan porosa que le provoca una creciente sensación de falta de autenticidad en su proceso de escritura.

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Ayer quedé con J de M porque me hizo una entrevista para su canal de Youtube. Me preguntó algo acerca de la escritura durante el viaje frente a la escritura una vez que vuelves. Le respondí que durante el viaje la escritura está revestida de cierta urgencia, mientras que en el espacio de la vuelta, la escritura se vuelve pausada y reflexiva (o al menos así sonó en mi mente la posible respuesta).

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Surge entonces en Kirsty la escritura como una forma para tratar de revelar lo oculto (¿qué ha pasado con su matrimonio?, ¿de dónde vienen esas humedades?), levantar una a una todas las capas y ver cómo el pasado cobra vida en el acto de la exploración, quedando expuestas así todas las versiones de la ciudad, desde su fundación en el siglo XII, hasta las secuelas de la Segunda Guerra Mundial, como si se tratara del time lapse de un organismo vivo, como si en esa psicogeografía estuviera la respuesta que busca.

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Estoy preparando la presentación de Hacia el sur. Viajes por España de Virginia Woolf, de la editorial Itineraria (será el 15 de junio, en Altaïr) y, por supuesto, me he acordado de aquello de que las mujeres necesitan una habitación propia e independencia económica para poder escribir que dijo Virginia Woolf. Y, entonces, también me he acordado de Lucía Berlin, en que, con poco más de 30 años, había dejado tres matrimonios atrás y cuidaba de sus cuatro hijos, sin profesión y sin dinero, pero volcada sobre su máquina de escribir, con su sonrisa y sus bellos ojos gatunos, como si supiera que varios años después del cáncer, sus relatos acabarían siendo un éxito.

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“Se vive como se costean mares ignotos, siempre a punto de naufragar: para salir airosos hace falta intuición y buena suerte”, escribí en alguna parte de Una vida posible (Ed. Menguantes)

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El libro de Kirst es una mezcla de arqueología documental, retazos de su vida, lecturas y observación callejera a lo Ian Sinclair. Ian Sinclair y Londres, pero saco de la librería American Smoke (Alpha Decay) y, qué casualidad, también hay una humedad: “Era el tiempo de los fantasmas del otoño, de la humedad en el alma”. Esa frase inicial vale un libro.

“Todo debería estar ahí: el tono, el sentido del humor, la poesía, el ritmo, las promesas” (Irene Vallejo)

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Más de un millón de libros vendidos con El infinito en un junco (Ed. Siruela). Tampoco ella lo tuvo fácil. Eran otros tiempos de zozobra, de encontrar en la escritura y en las bibliotecas un espacio de calma y felicidad. Siempre digo que nos podrán desahuciar de todo, pero lo que no podrán quitarnos nunca es la literatura.

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“En la puerta de su casa me dice que para él cada caminata es una historia y que no sabe caminar sin desvíos”, escribió Jorge Carrión en su crónica-perfil-ensayo sobre Ian Sinclair: Viaje al final de la luz, en Altaïr Magazine, tiene forma de paseo. Me los imagino a ambos, cargados de libros, pasando por los pasajes subterráneos de Candem. Todo desvío es también una tentativa de escribir sin naufragar.

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Escribo esta entrada en el diario de lectura después de haber preparado un biberón a Lea, cuando aún ella y C. duermen porque es demasiado pronto como para comenzar el día. Mientras, por la ventana, veo un mar de nubes tormentosas hasta el que me gustaría llegar. Sé que esas nubes guardan un secreto.

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