Hay preguntas tan complejas que solo se atreven a hacerlas los niños. Por ejemplo: ¿Por qué es azul el cielo? Responderlas hace que desbaratemos el profundo misterio de la realidad. Para eso están la ciencia y la poesía.
Stephen Hawking le dijo a la poeta Sarah Howe (1983) -”Tardó un cuarto de hora en escribir una sola oración…”, explicó ella- que tanto los físicos como los poetas se dedican al mismo asunto, a comunicar la belleza del mundo: que esa era la razón de su eterna alianza.
Investigué sobre la relación entre poesía y ciencia en este hilo de Twitter.
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El 3 de agosto de 1787, Albertine-Amélie Boissier vio a su marido, Horace-Bénédict de Saussure, llegar a la cima del Mont Blanc a eso de las diez de la mañana. Durante el prodigioso ascenso, llevó consigo el primer prototipo de cianómetro.
Su cianómetro era una cartulina donde formó un abanico con 53 de secciones numeradas y teñidas con diferentes proporciones del pigmento azul de Prusia. El conjunto formaba una escala progresiva de azules que iba desde el blanco hasta el negro.
https://platform.twitter.com/widgets.jsLeyendo sobre los viajes que Humboldt (1769-1859) realizó por América del Sur descubro que hay un aparato que sirve para medir la intensidad del azul del cielo. Se llama cianómetro y es pura poesía. pic.twitter.com/EYRrNbcOXJ
— josé alejandro (@a_todaletra) December 22, 2021
Leo en Un verdor terrible, de Benjamín Labatut (Ed. Anagrama) que el azul de Prusia, el primer pigmento sintético moderno, fue resultado de un error.
Sin ese error no tendríamos La noche estrellada de Van Gogh ni La gran ola de Kanagawa de Hokusai. Tampoco el Zyklon A con el que los nazis sembraron de muerte el mundo: la gran garra de la ola arrasa todo a su paso con un maravilloso azul terrible, llega desde el pasado y nos alcanza. Siempre acabará por alcanzarnos.
Eso es lo que hace Benjamín Labatut en Un verdor terrible (decimonovena edición), rastrear a los outsiders de la ciencia para revelar la fascinante cadena de causalidades que nos ha traído hasta aquí, sumando ficción y rigor en una prosa febril que parece contagiada de los propios científicos que aparecen en las cuatro narraciones que componen el libro.
“Como sospechaban los clásicos, la cantidad de aire que se empaqueta entre la fuente de luz y el observador también juega un papel importante. La luz del mediodía se dispersa de manera más o menos uniforme sobre la atmósfera y le da su apariencia azul”
Del libro Algo nuevo en los cielos, de Antonio Martínez Ron (Ed. Crítica)