Las entrevistas a escritores son difíciles. Más si son a escritores consagrados. Lo han dicho prácticamente todo, y lo que no, lo han escrito. En el documental José y Pilar (Miguel Gonçalves Mendes, 2010), Saramago se quejaba en la intimidad de que siempre le hicieran las mismas preguntas. Desconozco si es el caso de Orhan Pamuk y si él, como le sucedía al portugués, las sigue respondiendo porque entiende la repetición como parte de su trabajo de escritor. Sea como sea, Orhan Pamuk charló con la periodista Pepa Fernández durante la programación continua de Kosmopolis. Presentaba en el CCCB su última novela: La mujer del pelo rojo, Ed. Random House (La dona pèl-roja, Ed. Més Llibres), y esto es lo que dio de sí.
“Ser escritor es cavar pozos con una aguja”, ha dicho el Nobel turco. Y es precisamente a encontrar agua a lo que se dedican el pocero Mahmut Usta y su aprendiz Cem Bey. La extraña relación paternofilial que se establece, de gritos por el día y más afable de noche, entre ambos personajes, basados en personas reales que el escritor conoció hace 25 años mientras escribía El libro negro, sirve para reflexionar sobre el autoritarismo.
«Hacer pensar a la gente por qué sigue votando a padres que aplastan a sus hijos»
Lo que Orhan Pamuk busca con su última novela es «hacer pensar a la gente por qué sigue votando a padres que aplastan a sus hijos». Y para ello se ha valido de la tragedia Edipo, de Sófocles, y de la leyenda de Rostam y Sohrab, del poeta persa Ferdousí, muy popular en Turquía. Reconoce, eso sí, que la figura de su padre no fue nada autoritaria. “Fue –lo explicó de forma extensa en su autobiografía Estambul y también en La maleta de mi padre, su discurso de aceptación al premio Nobel de 2006– un padre ausente, lo cual me liberó muchísimo».
Es inevitable que con esta última novela –ya suman diez– nos venga a la mente el giro autoritario de Erdogan en Turquía; pero la reflexión es universal, como recuerda Orhan Pamuk, en Estados Unidos está gobernando Trump. No está nada mal para alguien, insiste siempre que puede, a quien lo que le hace feliz no es la política, sino estar en casa, encerrarse en su habitación y escribir.
“Yo, en realidad, quería ser escritor. Pero, a raíz de los hechos que voy a contar, me hice ingeniero geólogo y contratista. Que no se piensen mis lectores que, como ahora estoy narrando esta historia, esos hechos ya han concluido y quedan lejos en el pasado. Cuanto más lo recuerdo, más me sumerjo en lo que he vivido. Por esta misma razón presiento que el torbellino de misterios de ser padre y ser hijo va a arrastraros, tras de mí, a vosotros también.”
Orhan Pamuk es de esos escritores que confían en el poder de un buen inicio: “la primera frase debe contener el futuro del libro”. Una vez tiene esa primera frase, “la más difícil de escribir”, recuerda, lo siguiente es reescribir una y otra vez. La tarea es titánica cuando se contempla la literatura como una religión: porque a largo plazo, y puede que no sea un camino fácil, da sentido a nuestras vidas. Como en toda religión, la tradición es importante. Prueba de ello, sus libros; pero advierte: “no somos esclavos de la tradición. Somos personas libres y podemos inventar nuestras vidas; para ello necesitamos la literatura y la libertad de expresión. Nos renovamos a partir de la tradición”.
¿Pero, y a todo esto, quién diablos es la mujer del pelo rojo?
Una pista: “En mi parte del mundo –así se suele referir Orhan Pamuk más a Estambul que a Turquía– las mujeres con pelo rojo no son muy habituales. Las que hay son teñidas, y se las considera artificiales y de sexo fácil. ¿Por qué, entonces, una mujer se teñiría de rojo? Es un gesto político, de género y cultural que defiendo”. Teñirse es, en definitiva, escoger una personalidad. Y escoger una personalidad, ser individuos, es el mayor acto de rebeldía contra el autoritarismo que nos acorrala. Como recuerda Orhan Pamuk, nadie recordaría al padre de Edipo si Edipo no lo hubiera matado.