Recorrí Guatemala con un catéter que me hacía mear sangre. Me habían practicado una ureteroscopia en Ciudad de México por un cálculo renal y salí del quirófano con el catéter en cuestión. A los pocos días, mi madre y la de Cris viajaban a Guatemala para encontrarse con nosotros. Hacía meses que lo habíamos dejado todo para cruzar Latinoamérica y ellas no se resignaban al hueco que dejábamos, por eso que tomaran el primer vuelo largo de sus vidas. Acordé con el urólogo que semanas más tarde volvería para que me retirara el catéter mediante procedimiento ambulatorio. Ninguna de las madres sabía lo de la operación, ¿para qué preocuparles si con todos los kilómetros de distancia que nos separaban era como si nosotros viviéramos en el pasado y ellas en el futuro? Se enteraron al llegar.
Recorrimos Guatemala juntos durante diez días. Luego Cris y yo fuimos a Ciudad de México según lo planificado con el urólogo. Volví a mear con normalidad. Volvimos otra vez a Guatemala, esta vez por más tiempo. Fue cuando me di cuenta que los viajes de verdad no son una línea recta, sino un garabato.
De todo esto hay notas en mis cuadernos de viaje. Escribía notas porque había decidido que quería ser periodista. Se comienza a escribir como se cree en las promesas. Yo lo hacía así, con necesidad y esperanza, mientras me preguntaba si algún día podría decir que ya era periodista. No tenía ni idea de por dónde comenzar, yo no había estudiado periodismo, y supongo que en todo hubo casualidades, algo de imprudencia, y mucho de obsesión.
Fue en Guatemala donde apareció la primera historia. La Limonada es un barrio marginal de la capital de Guatemala. Lo hice como pude. Aquello era zona roja. “A la Limonada, ni Santa Claus va”, nos avisaron. Por eso quise entrar. Era un gran cráter en medio de la ciudad y yo nunca había estado en un cráter. La historia se publicó el 30 de septiembre de 2015, en El País; pero me dije que no, que solo era el comienzo, que aún no podía decir que ya era periodista, que aquello podría ser una anécdota. O una broma, como cuando la vida te revela lo que habría podido suceder y nunca sucedió porque tu destino era otro. Y seguimos viajando, y seguí escribiendo como se cree en las promesas.
Volvimos a Barcelona en junio de 2016, después de casi dos años de viaje. Un año después, encontramos piso en una ciudad que comenzaba a jugar de nuevo a la ruleta rusa de la burbuja inmobiliaria. El mejor precio que logramos fue por un cuarto piso sin ascensor, en el barrio de Sants. Eso sí, tuvimos que subir la nevera por la fachada porque no cabía por la vieja escalera del edificio. Ahora, cada noche antes de ir a dormir, compruebo, como si fuera un padre primerizo que se asoma a la habitación para escuchar que su bebé sigue respirando, que el ronroneo del motor es el normal. Si esa nevera dejara de respirar, no sé qué sería de nosotros.
He seguido escribiendo todo el tiempo. Hace unos meses, recibí el encargo de la revista Viajes National Geographic para escribir un artículo sobre Guatemala y lo primero que recordé fue aquel maldito catéter que me hizo mear sangre un buen tiempo; pero luego ya no, luego, revisando aquellos cuadernos en los que había ido tomando notas porque había decidido que quería ser periodista me encontré con un viaje y con sus historias. También me encontré a mí mismo con extrañeza, igual que te miras en esas fotografías que ni sabías de su existencia mientras revisas una antigua caja en casa de tus padres.
El artículo para la revista me costó porque siempre me hago demasiadas preguntas, y hay ciertas preguntas que cuando escribes no deberías hacerte. Hay preguntas que pueden acabar contigo. Entonces hice lo de siempre, seguí escribiendo.
Finalmente, el artículo apareció en el número de noviembre de este año. En la portada sale Nueva Zelanda; pero ni le presté atención. Lancé el dinero al quiosquero por encima de todos los titulares de los diarios que no se habían vendido y, al revisar las páginas del interior, vi mi artículo. Y juro que pensé que no, que aún no podía decir que era un periodista. Y me dije que debía continuar. Escribo. Lo sigo haciendo igual que se cree en las promesas, con necesidad, con esperanza.